WOLFGANG AMADEUZ MOZART.
Mozart y el clasicismo.
El clasicismo, como etapa de la estética musical, fue ciertamente breve pero de vital trascendencia. Se dejó sentir con particular intensidad aproximadamente entre 1770 y 1805, supuso una notable evolución de los estilos musicales y tuvo en las figuras de Haydn y Mozart a sus dos mayores representantes, sin olvidar una parte importante de la primera producción de Beethoven, vinculada a los preceptos clásicos. En la historia de la música occidental, el clasicismo corresponde a la etapa que en las demás artes recibe el nombre de neoclasicismo. Durante este periodo, las restantes artes toman como modelo el arte griego y romano; la música carecía de dichos modelos, pero, al igual que en las otras artes, se percibe en las composiciones de este periodo una búsqueda de lo bello y lo equilibrado.
El clasicismo surge como resultado de un conjunto de tendencias musicales que empiezan a desarrollarse hacia 1740 y que reaccionan contra la música barroca. El agotamiento a mediados del siglo XVIII de las formas barrocas hizo nacer entre los compositores un deseo de renovación, que conllevó el cultivo de un estilo más sencillo y equilibrado, deslindado de lo que algunos consideraban "excesos barrocos".
La búsqueda del equilibrio y de la transparencia, es decir, de un lenguaje natural, condujo a maestros como Johann Christian Bach (1735-1782) a formular una música desprovista de la severa arquitectura de sus antecesores. Fue el modo de dejar atrás la última de las etapas barrocas, el Rococó, cuyo intimismo, algo afectado, respondía todavía a un mundo formalista.
En las obras de Johann Christian y de otros contemporáneos, como su hermano Karl Philipp Emmanuel Bach (1714-1788), Johann Stamitz (1717-1757) y Johann Christian Cannabich (1731-1798) -los dos últimos fueron artífices de la conocida escuela de Mannheim, tan importante para Mozart-, se advierte ese intento de fluidez estilística y de crear un lenguaje refinado a la vez que ágil. La sensibilidad de los movimientos lentos, siempre meditativos, fue una característica del denominado "estilo galante", y respondía a una nueva forma de concebir la realidad, condicionada por los aires de la Ilustración. La Razón llevó a construir las obras musicales con la lógica de la prosodia, lo que musicalmente equivale a decir que las partituras presentaban una clara estructura de frases y una única y destacada melodía, que discurría sobre una base armónica que ya no tenía su punto de apoyo en el bajo continuo.
Viena, capital de la nueva música
Si fue en Alemania donde comenzó a detectarse este cambio musical, el punto más importante de elaboración e irradiación del estilo clásico fue Viena, ya que en esa ciudad trabajaron los músicos más señalados del momento. Aunque Joseph Haydn (1732-1809) prestaba sus servicios en la corte de Esterháza, bastante lejos de Viena, estuvo muy vinculado a esta ciudad, sobre todo a partir de 1780, momento en que estableció mayor relación con los editores musicales vieneses.
Al año siguiente Mozart se estableció en la capital, cuando su estilo musical, ya maduro, empezaba a producir obras de la dimensión de El rapto del serrallo y de la Sinfonía núm. 35, "Haffner". No mucho después, en 1787, el todavía joven Ludwig van Beethoven (1770-1827) marchó a Viena para conocer a los célebres maestros y estudió con Haydn tras la muerte Mozart. Beethoven ya no dejaría Viena. Si tenemos en cuenta que Christoph Willibald Gluck (1714-1787), que ya en 1762 con su Orfeo y Eurídice impulsó el nuevo estilo operístico, residió en Viena desde su adolescencia, será fácil deducir la importancia musical que adquirió dicha ciudad. En ella vivieron también músicos tan notables como Johann Georg Albrechtsberger (1736-1809) y Antonio Salieri (1750-1825), que fuera maestro de Beethoven, y posteriormente de Schubert, otro insigne vienés, y Liszt.
Joseph Haydn
A Joseph Haydn se le considera el principal artífice de la evolución estilística del clasicismo, al menos hasta la llegada de las obras de madurez de Mozart. El avance más significativo emprendido por Haydn fue en la sinfonía, que le sirvió de excelente campo experimental y en el que mostró una desbordante inventiva. No en vano se le conoce como "el padre de la sinfonía", pues contribuyó a su desarrollo en tal modo que le confirió una nueva fisonomía con respecto a las de Johann Christian Bach y Stamitz. Su mayor duración, la inclusión de pasajes solistas, el regular incremento del metal, el diálogo más intenso entre las secciones instrumentales, el uso del minuetto (agregado a los tres movimientos) y su consiguiente desarrollo, el acentuado cromatismo, las extensas codas y los repentinos cambios tonales son algunos de los rasgos que encontramos en el espléndido catálogo sinfónico de Haydn.
Haydn llevó esa misma evolución al ámbito del cuarteto de cuerda, para el que fijó los ahora habituales cuatro movimientos y la disposición invariable de dos violines, una viola y un violonchelo, a los cuales concedió la misma importancia, de modo que los instrumentos más graves, rompiendo la tradición, dejaron de ejercer una función de acompañamiento. La profusión de motivos y diseños, y la interlocución cada vez más acentuada de los instrumentos, cosa que se evidencia sobre todo a partir de sus Cuartetos de cuerda, op. 30, hicieron que el ilustre escritor alemán Goethe comparara el cuarteto de cuerda clásico con una conversación mantenida por cuatro personas inteligentes.
Mozart
"Su hijo es el mayor compositor que jamás haya conocido." Éstas fueron las palabras que Haydn dirigió a Leopold Mozart, padre del compositor. También Goethe, después de la muerte del músico, comentó a Eckermann en sus Conversaciones que "Mozart es inalcanzable en el terreno de la música, y Shakespeare lo es en el de la poesía".
En 1772 un hecho iba a condicionar la trayectoria de Mozart: la llegada del príncipe-arzobispo Colloredo al trono de Salzburgo, con quien mantuvo una relación tensa, violenta a veces, y que terminaría con el afincamiento de Mozart en Viena en 1781. Sin embargo, mientras estuvo en la casa paterna escribió bellísimas obras, como los cinco conciertos para violín (1775), la Serenata "Haffner" (1776) y, sobre todo, el Concierto para piano núm. 9 "Jeune homme", considerado como la primera obra plenamente "clásica" del músico. Esta producción la alternaba con viajes constantes a Munich, Viena, Augsburgo y Mannheim, en cuya corte conoció a los más avanzados músicos del momento, miembros de una famosa orquesta que sirvió de modelo para toda Europa. Mozart aprendió mucho del estilo de aquellos maestros, y siempre acarició la posibilidad de formar parte del insigne conjunto orquestal.
Este ir y venir (cabe recordar que en 1778 emprendió de nuevo el camino hacia París) colmó la paciencia de Colloredo, y en 1781 las desavenencias propiciaron la definitiva marcha del maestro a Viena. Allí se casó en 1782 con Constance Weber e inició una etapa febril, decisiva para la historia de la música, pues fue entonces cuando consolidó el lenguaje del clasicismo y llevó a mayores extremos los preceptos de su estimado Haydn. Debe considerarse que desde su llegada a la capital hasta su muerte, período en el que no transcurrieron más de diez años, escribió alrededor de trescientas obras, entre las que hay composiciones capitales como los conciertos para piano (sobre todo, los núms. 17, 19, 20, 21, 23, 25, 26 y 27), las sonatas para el mismo instrumento, el Concierto para clarinete, las sinfonías (de las que subrayamos las relacionadas con los núms. 35, 36, 38, 40 y 41), los cuartetos de cuerda (de los que destaca una bellísima serie dedicada a Haydn), el Quinteto para clarinete y diversas óperas, cada una de las cuales habría bastado para granjearle la fama universal: Las bodas de Fígaro, Don Giovanni, Così fan tutte, La clemencia de Tito y La flauta mágica. Su última partitura es de carácter sacro: se trata de una de sus páginas más legendarias, el Réquiem (del que dejó muchas partes inacabadas), que el propio Mozart creyó que escribía para sí, dada su precaria salud, en nada favorecida por los excesos de la vida disipada que llevó y por el denodado esfuerzo que supuso tan sublime y copiosa producción.
La obra de Mozart
Son muchos los aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de valorar la obra de Mozart. Compositor sumamente prolífico, llama la atención en primer lugar la gran variedad de estilos que componen su repertorio. Puede afirmarse que es el único de los grandes maestros de la historia de la música culta que cultivó todos los géneros de su época con el mismo interés. Otro aspecto es la pasión por la composición que le acompañó toda su vida. Fue un compositor tan precoz que traspasó los límites de lo que se entiende por un niño prodigio. El nivel de su producción, además, no decayó a lo largo de su vida (lo más habitual es que los niños tan aventajados pierdan del todo el interés al llegar a la pubertad). La intensidad de su trabajo era además compatible con una personalidad alegre y desenfadada. Sus contemporáneos le describen como un hombre de mundo, apasionado y degustador de los placeres de la vida, consumado bailarín y de amplias relaciones sociales. Así se creó a su alrededor la idea de que el Mozart mundano nada tenía que ver con el Mozart que se sentaba al piano, como si un ser superior se apoderase del hombre distraído y bromista que conocieron sus cercanos.
Si al Mozart mundano no se le prestaba especial atención, su música no despertaba tampoco el suficiente interés. Los músicos contemporáneos, centrados más en satisfacer los gustos del momento (con menos talento, por supuesto) que en desarrollar un nuevo lenguaje musical, fueron alabados y agasajados abiertamente; en Mozart, los momentos de olvido o menosprecio superaron a los de gloria. No sería verdaderamente hasta La flauta mágica, una obra casi póstuma, cuando el gran público comenzó a fijarse en él; con anterioridad sólo había tenido éxito en la alta sociedad. No mucho tiempo después, Mozart se convertiría en el ídolo de los jóvenes románticos, y el reconocimiento a su obra pasaría en poco tiempo a convertirse en el culto que todavía hoy se le profesa.
Para comprender el universo musical de Mozart hay que tener en cuenta, por un lado, la ciudad donde nació. Salzburgo era encrucijada de influencias artísticas, a medio camino entre los grandes centros italianos y alemanes y Viena, la "capital europea de la música" en época de Gluck y Salieri. Y por otro, la sólida formación cultural y musical de su padre, Leopold, que sobre todo le familiarizó con los compositores del sur de Alemania. A ello hay que añadir los viajes que Mozart realizara y que le pusieron en contacto con los grandes maestros del momento, en especial los cercanos al otro gran centro musical del momento, París. Además, Mozart fue un consumado maestro del arte de la imitación, y supo sacar lo mejor de cada maestro (Eberlin, Adlgasser o Haydn entre los germánicos, y Schobert, Eckardt y Honauer entre los del círculo parisino) para utilizarlo luego en su propio provecho. Si a eso sumamos su inmenso talento y su capacidad de trabajo (hasta la propia extenuación), podemos llegar a comprender el inmenso legado que dejó tras su muerte.
Primera etapa: infancia y adolescencia
Mozart escribió más de seiscientas composiciones, entre las que se encuentran cuarenta y seis sinfonías, veinte misas, ciento setenta y ocho sonatas para piano, veintisiete conciertos para piano, seis para violín, veintitrés óperas, otras sesenta composiciones orquestales y otros cientos de obras más. Sus obras fueron recopiladas en 1862 por Ludwig Von Köchel; de ahí la letra "K" seguida de un número que se utiliza siempre para catalogar sus composiciones.
Su abundante producción suele agruparse en tres periodos, el primero de los cuales abarcaría su infancia repleta de viajes y giras de concertista prodigio y finalizaría aproximadamente cuando, en 1771, terminan sus giras y permanece preferentemente en Salzburgo. En sus primeras piezas, simples frases cortas realizadas entre los 5 y los 7 años, no se dejan todavía ver las cualidades del Mozart que vino después, pero dan una idea de la precocidad de su genio. Sus primeras composiciones completas, fundamentalmente sonatas en varios movimientos para piano, dejan ver las influencias de su primer viaje a París, sobre todo la estructura melódica de Johann Christian Bach.
Con apenas nueve años Mozart ya componía sinfonías (llegaría a crear un total de treinta y cuatro), lo que muestra su afán por aparecer ante los ojos del mundo musical de la época no sólo como un intérprete virtuoso, sino como un verdadero compositor. Además de componer obras de géneros más cercanos a él, como serenatas o divertimentos, también se atrevió con formas que empezaban a desarrollarse en esa época, como los cuartetos de cuerda, en los que se puede observar la línea italianizante que también pesa en sus primeras composiciones.
Otro corpus importante de su primera época como compositor es la música religiosa, que se enmarca dentro de la tradición salzburguesa. Así, escribió cinco misas, dos "Regina Coeli", dos letanías y un gran número de obras de menor entidad, además de seis sonatas para la epístola. Sin embargo, la pujante composición italiana del momento hizo también mella en el joven creador, que imprimió a sus obras un lenguaje cercano a la ópera, con líneas melódicas exaltadas y una orquesta que ejerce de mero acompañante, todo ello sin dañar la dignidad armoniosa de sus composiciones.
A ello deben añadirse los primeros intentos en géneros de los que luego se convertirá en maestro, como el singspiel, la ópera bufa o la ópera seria. En este campo deben destacarse Apolo y Jacinto, Bastián y Bastiana y La tonta fingida. Dentro de la ópera seria, pertenecen a esta etapa Mitrídates, Rey del Ponto (1770), Ascanio en Alba (1771), El sueño de Escipión (1772) y Lucio Silla (1772).
El segundo periodo correspondería a la etapa en la que, pese a algunos viajes, permaneció en Salzburgo al servicio de Colloredo, y terminaría con la ruptura definitiva con el arzobispo (1771-1781). En este momento producirá fundamentalmente música religiosa e instrumental. La ópera, género por el que Mozart demostró mucha inclinación, apenas pudo desarrollarse en esta etapa por la falta de encargos. Sin embargo, la obra más destacada de esta etapa sería precisamente una ópera: Idomeneo, rey de Creta (estrenada en 1781). Características propias del universo musical mozartiano, como la introspección armónica y melódica, la riqueza formal, el colorido instrumental y la profundidad en la interpretación del texto estuvieron ya presentes en esta obra, y fueron un adelanto del Mozart maduro de su etapa vienesa. No obstante, la intensidad dramática no es la misma en Idomeneo que en sus grandes óperas posteriores.
En este período compuso innumerables arias para concierto, las cuales alcanzaron una intensa expresión tanto por la amplitud de su concepción como por el carácter apasionado. La música religiosa, por su parte, continúa a medio camino entre el estilo antiguo y el estilo moderno. Esto puede comprobarse en las doce misas de este período, donde Mozart comienza a dar forma musical a los largos textos del "Gloria" o el "Credo", particularmente en la KV 317 y 337.
En cuanto a las obras sinfónicas, Mozart se esforzó en este período en definir el carácter de los diferentes movimientos y equilibrarlos en el conjunto de la obra, como puede comprobarse en las KV 183 y 201, que están cuidadosamente acabadas. La influencia de la música parisina, que está muy presente en las obras sinfónicas de este período, puede comprobarse en la Sinfonía "parisina" KV 297, que es más pomposa.
Donde, sin embargo, el talento de Mozart alcanzó su verdadera dimensión como artista en esta época fue en sus divertimentos y serenatas. Esta música, alejada del boato y la seriedad de las obras religiosas y sinfónicas y de las óperas, y mucho más indiferente y alegre, fue muy del agrado de la sociedad de Salzburgo. Movimientos de carácter sinfónico, danzas populares y otras obras muestran su inventiva y su libertad compositiva. Algo similar ocurrió en el campo del concierto, desde su primer Concierto para piano KV 175, donde se muestra ya la riqueza musical de su arte, hasta las sonatas para piano, que se enmarcan en la misma línea de las obras anteriores, aunque con más amplitud en cuanto a su exigencia técnica. Por otro lado, los cuartetos de cuerda se inspiran en los de Haydn, y se alejan de los primeros cuartetos italianizantes del período anterior.
La madurez vienesa
Este tercer y último período se asocia con su establecimiento definitivo en Viena (1781-1791) y tiene como primera característica un descenso sintomático en la composición de obras religiosas. También se redujeron las serenatas y sinfonías. No obstante, la producción escasa de este tipo de obras no está reñida con un perfeccionamiento y un cuidado exquisito por parte del compositor. Serenatas y sinfonías darán paso a conciertos para piano, donde se registra la música más "mundana" de la producción mozartiana. El valor dado a las óperas y a la música de cámara en este período es mucho mayor, casi excluyente, aunque Mozart también tuvo interés en componer obras de circunstancias, arias, conjuntos y coros, lieder y cánones.
En el clima artístico de la capital el estilo de Mozart llega a su suprema madurez, despojándose de todo localismo: disminuida la producción de música religiosa, de serenatas y entretenimientos, surgen las formas clásicas de la sinfonía, del cuarteto y del concierto. Se establece con Haydn un fecundo y recíproco intercambio de influencias, especialmente en la producción de cuartetas. Un ilustrado melómano vienés, el barón Van Swieten, revela a Mozart la grandeza de Bach y de Haendel, y su arte se fortalece con la solidez del contrapunto. Por lo que se refiere a la música de piano no dejó de ejercer influencia sobre el estilo de Mozart el agridulce torneo de habilidad ejecutiva en el que fue su oponente Muzio Clementi, de paso por la corte de Viena en 1781.
Pero aunque Mozart partiera de las piezas de su amigo Joseph Haydn y del estudio de las obras de Bach y Haendel, si por algo se caracteriza este período es por la apropiación de las fuentes, que son modificadas y moldeadas para acoplarse por completo a los deseos del compositor, creando un lenguaje musical completamente original y único. Del estudio de Haydn parten piezas como los seis cuartetos de cuerda KV 387, 421, 428, 458, 464 y 465. En cuanto a la influencia de Bach y Haendel, se concreta en numerosas fugas y fantasías; la huella de El Mesías, Acis y Galatea o la Oda a Santa Cecilia están presentes en sus dos grandes obras religiosas de este período, la Misa en do menor KV 427 y el Réquiem, ambas inacabadas.
La práctica ausencia de serenatas y divertimentos da una idea del escaso interés de Mozart por la música de simple entretenimiento y el deseo de centrarse en una música de cámara espiritualizada, como puede comprobarse en las serenatas KV 361, 375 y 388, y especialmente en la Pequeña música nocturna KV 525. Por su parte, en las seis últimas sinfonías se aprecia el interés de Mozart por la obra sinfónica de Haydn y su evolución en el trabajo contrapuntístico y temático. Mozart amplía además la sonoridad sinfónica y dota a las últimas de una profunda introspección, llevando este tipo de composición hacia una expresión más profunda que la que tenía hasta entonces. Buenas prueba de ello son la Sinfonía Haffner KV 385, la Sinfonía "Linz" KV 425 y la Sinfonía "Júpiter" KV 551.
Mozart dedicó en este último periodo mucho más tiempo a la composición de conciertos. Compuso en esta etapa diecisiete conciertos para piano. Algunos se hallan en la línea de los anteriores; otros se acercan más a su trabajo para música de cámara (KV 449, 453 y 456), mientras que en otros la brillantez y la frescura son las notas dominantes (KV 450, 451 y 459). La sonoridad está especialmente cuidada en los conciertos KV 482, 488 y 491, alcanzando cotas a las que Mozart no había llegado hasta entonces, sublimes ya en el KV 537, que contrasta con el Concierto "de la coronación" KV 537 y el Concierto en Si Bemol KV 595, donde está más presente la seriedad de la ocasión, que se aprecia en cierta ausencia de contrastes. Además de estos conciertos para piano, Mozart escribió cuatro para corno y un concierto para clarinete.
Mozart fue el primero en hacer de la música de cámara para piano un género independiente. Compuso en esta etapa cinco tríos para violín, piano y violonchelo; el trío "Kegelstatt" para clarinete, viola y piano KV 498; dos cuartetos para violín, viola, violonchelo y piano; y el quinteto para cuatro instrumentos de viento y piano KV 452. La principal característica de estas piezas es el estilo sobrio y cuidado, con una temática simple pero cargada de gran intensidad. En ellas, a pesar de ser el piano el que domina, las cuerdas adquieren una mayor importancia. Algo similar ocurre en el divertimento KV 563, el quinteto con clarinete KV 581 y en los últimos cuatro quintetos de cuerda KV 515, 516, 593 y 614; en todos ellos se conjugan la majestuosidad, la delicadeza y la extrema sobriedad de las últimas composiciones de Mozart, también presentes en las numerosas arias de concierto y los lieder de este período.
Las óperas vienesas
Las óperas del período vienés figuran, sin duda, entre las piezas más célebres de la obra de Mozart; constituyen la culminación de los singspiel alemanes, las óperas bufas y las óperas serias que ya había cultivado en su juventud. Del primero de estos géneros destaca la obra que inició este periodo, El rapto del serrallo (estrenada en 1782), donde la diversidad estilística supera el corsé histórico del género. Es, además, la primera obra en la que Mozart intervino decisivamente en la elaboración del libreto, tomando por tanto un papel decisivo no sólo como músico, sino también como autor dramático. Destacan sus aportaciones en las delicadas melodías en el canto de los enamorados, y en las alegres conversaciones entre criados.
Todo ello alcanzó su plenitud en Las bodas de Fígaro (1785, estrenada en 1786). En parte, la evolución de Mozart como compositor operístico emblematiza el derrotero mismo de su vida personal y estética. En Las bodas de Fígaro (primero de los tres libretos que Da Ponte escribió para él) prevalece el concepto de opera buffa atenido, como señalarían algunos historiadores del arte, a la modalidad del encargo, y sometida a las reglas que el mecenazgo exigía (respeto de las convenciones, sometimiento del genio al oficio). A pesar de que se trataba en un principio de una ópera bufa, la alejan de este género el desarrollo de los caracteres de los personajes, que alcanzan un componente humano impensable en obras anteriores.
Don Giovanni (Don Juan, 1787) introduce, por su parte, otros niveles de dramatización, al sumar a los caracteres humanos otros de índole sobrenatural. Considerada actualmente la más trágica y perfecta de sus obras, fue concebida por Da Ponte y el mismo Mozart como un drama al estilo fijado por Carlo Goldoni para el teatro italiano: un drama «jocoso», donde los enredos y la ligereza de las andanzas del seductor y su criado Leporello están contrapunteados por una partitura llena de oscuros presagios y amenazantes barruntos demoníacos: el retorno de los muertos y las puertas del Infierno que se abren ante el pecador irredento. La expresión musical abarca entonces mayores matices, pues de las bufonadas de Leporello se pasa a la altivez y al desprecio por las leyes de don Juan. El terror de don Juan en sus últimos instantes contrasta con la escalofriante aparición del espectro del Comendador, en una de las escenas de mayor intensidad dramática de la ópera realizada hasta entonces.
Così fan tutte (Así hacen todas, 1789, estrenada en 1790), sin embargo, lleva la trama al puro juego. La armonía en los cantos y en los numerosos conjuntos de personajes que, realmente, sólo son marionetas con una ligera caracterización, alcanzan una resonancia como en ninguna otra obra de Mozart. Puede decirse que es la pieza en la que más se aleja de la realidad para entregarse al puro arte por el arte. A un argumento y una trama enteramente pertenecientes a la tradición buffa impone Mozart una música de tal complejidad (propia de su último estilo o Spätstil) que convierte a la leve historia en el andamiaje de una grandiosa realización estética: tanto los sentimientos como la música están a enorme distancia del ligerísimo libreto, lo cual le permite incorporar tonos irónicos y paródicos, oponiendo acentuados y excelsos momentos de elevada expresión a risas y comentarios entre dientes de los actores y cantantes secundarios. El efecto es sorprendente: en parte, puede ser visto como la manifestación, en Mozart, de una tensión que sólo encontraría su definitiva resolución en Beethoven: la tensión entre el artesano y el genio. Para Beethoven, la música y su argumento provenía enteramente de su interior. Mozart, en cambio, debía equilibrar su propio arrebato a las exigencias históricas de su función al servicio de la corte.
Todo ello contrasta con La clemencia de Tito, obra anacrónica y denostada en la que, sin embargo, pueden encontrarse los elementos propios del Mozart en la madurez de su arte. Quizá el motivo del encargo, la coronación de Leopoldo II, pesara en el compositor a la hora de crearla, y le llevara a poner en escena una ópera mucho más "pesada" y pomposa que las anteriores. Con La flauta mágica (1791) cerró un ciclo vital. En ella, Mozart se centra en una idea masónica de la humanidad hacia la que convergen todos los personajes, por lo que puede decirse que es una obra más preocupada por las ideas que por la caracterización de éstos. La extrema simplicidad tonal de muchos pasajes de la obra le confieren una espiritualidad sin parangón hasta ese momento.
Mozart y el clasicismo.
El clasicismo, como etapa de la estética musical, fue ciertamente breve pero de vital trascendencia. Se dejó sentir con particular intensidad aproximadamente entre 1770 y 1805, supuso una notable evolución de los estilos musicales y tuvo en las figuras de Haydn y Mozart a sus dos mayores representantes, sin olvidar una parte importante de la primera producción de Beethoven, vinculada a los preceptos clásicos. En la historia de la música occidental, el clasicismo corresponde a la etapa que en las demás artes recibe el nombre de neoclasicismo. Durante este periodo, las restantes artes toman como modelo el arte griego y romano; la música carecía de dichos modelos, pero, al igual que en las otras artes, se percibe en las composiciones de este periodo una búsqueda de lo bello y lo equilibrado.
El clasicismo surge como resultado de un conjunto de tendencias musicales que empiezan a desarrollarse hacia 1740 y que reaccionan contra la música barroca. El agotamiento a mediados del siglo XVIII de las formas barrocas hizo nacer entre los compositores un deseo de renovación, que conllevó el cultivo de un estilo más sencillo y equilibrado, deslindado de lo que algunos consideraban "excesos barrocos".
La búsqueda del equilibrio y de la transparencia, es decir, de un lenguaje natural, condujo a maestros como Johann Christian Bach (1735-1782) a formular una música desprovista de la severa arquitectura de sus antecesores. Fue el modo de dejar atrás la última de las etapas barrocas, el Rococó, cuyo intimismo, algo afectado, respondía todavía a un mundo formalista.
En las obras de Johann Christian y de otros contemporáneos, como su hermano Karl Philipp Emmanuel Bach (1714-1788), Johann Stamitz (1717-1757) y Johann Christian Cannabich (1731-1798) -los dos últimos fueron artífices de la conocida escuela de Mannheim, tan importante para Mozart-, se advierte ese intento de fluidez estilística y de crear un lenguaje refinado a la vez que ágil. La sensibilidad de los movimientos lentos, siempre meditativos, fue una característica del denominado "estilo galante", y respondía a una nueva forma de concebir la realidad, condicionada por los aires de la Ilustración. La Razón llevó a construir las obras musicales con la lógica de la prosodia, lo que musicalmente equivale a decir que las partituras presentaban una clara estructura de frases y una única y destacada melodía, que discurría sobre una base armónica que ya no tenía su punto de apoyo en el bajo continuo.
Viena, capital de la nueva música
Si fue en Alemania donde comenzó a detectarse este cambio musical, el punto más importante de elaboración e irradiación del estilo clásico fue Viena, ya que en esa ciudad trabajaron los músicos más señalados del momento. Aunque Joseph Haydn (1732-1809) prestaba sus servicios en la corte de Esterháza, bastante lejos de Viena, estuvo muy vinculado a esta ciudad, sobre todo a partir de 1780, momento en que estableció mayor relación con los editores musicales vieneses.
Al año siguiente Mozart se estableció en la capital, cuando su estilo musical, ya maduro, empezaba a producir obras de la dimensión de El rapto del serrallo y de la Sinfonía núm. 35, "Haffner". No mucho después, en 1787, el todavía joven Ludwig van Beethoven (1770-1827) marchó a Viena para conocer a los célebres maestros y estudió con Haydn tras la muerte Mozart. Beethoven ya no dejaría Viena. Si tenemos en cuenta que Christoph Willibald Gluck (1714-1787), que ya en 1762 con su Orfeo y Eurídice impulsó el nuevo estilo operístico, residió en Viena desde su adolescencia, será fácil deducir la importancia musical que adquirió dicha ciudad. En ella vivieron también músicos tan notables como Johann Georg Albrechtsberger (1736-1809) y Antonio Salieri (1750-1825), que fuera maestro de Beethoven, y posteriormente de Schubert, otro insigne vienés, y Liszt.
Joseph Haydn
A Joseph Haydn se le considera el principal artífice de la evolución estilística del clasicismo, al menos hasta la llegada de las obras de madurez de Mozart. El avance más significativo emprendido por Haydn fue en la sinfonía, que le sirvió de excelente campo experimental y en el que mostró una desbordante inventiva. No en vano se le conoce como "el padre de la sinfonía", pues contribuyó a su desarrollo en tal modo que le confirió una nueva fisonomía con respecto a las de Johann Christian Bach y Stamitz. Su mayor duración, la inclusión de pasajes solistas, el regular incremento del metal, el diálogo más intenso entre las secciones instrumentales, el uso del minuetto (agregado a los tres movimientos) y su consiguiente desarrollo, el acentuado cromatismo, las extensas codas y los repentinos cambios tonales son algunos de los rasgos que encontramos en el espléndido catálogo sinfónico de Haydn.
Haydn llevó esa misma evolución al ámbito del cuarteto de cuerda, para el que fijó los ahora habituales cuatro movimientos y la disposición invariable de dos violines, una viola y un violonchelo, a los cuales concedió la misma importancia, de modo que los instrumentos más graves, rompiendo la tradición, dejaron de ejercer una función de acompañamiento. La profusión de motivos y diseños, y la interlocución cada vez más acentuada de los instrumentos, cosa que se evidencia sobre todo a partir de sus Cuartetos de cuerda, op. 30, hicieron que el ilustre escritor alemán Goethe comparara el cuarteto de cuerda clásico con una conversación mantenida por cuatro personas inteligentes.
Mozart
"Su hijo es el mayor compositor que jamás haya conocido." Éstas fueron las palabras que Haydn dirigió a Leopold Mozart, padre del compositor. También Goethe, después de la muerte del músico, comentó a Eckermann en sus Conversaciones que "Mozart es inalcanzable en el terreno de la música, y Shakespeare lo es en el de la poesía".
En 1772 un hecho iba a condicionar la trayectoria de Mozart: la llegada del príncipe-arzobispo Colloredo al trono de Salzburgo, con quien mantuvo una relación tensa, violenta a veces, y que terminaría con el afincamiento de Mozart en Viena en 1781. Sin embargo, mientras estuvo en la casa paterna escribió bellísimas obras, como los cinco conciertos para violín (1775), la Serenata "Haffner" (1776) y, sobre todo, el Concierto para piano núm. 9 "Jeune homme", considerado como la primera obra plenamente "clásica" del músico. Esta producción la alternaba con viajes constantes a Munich, Viena, Augsburgo y Mannheim, en cuya corte conoció a los más avanzados músicos del momento, miembros de una famosa orquesta que sirvió de modelo para toda Europa. Mozart aprendió mucho del estilo de aquellos maestros, y siempre acarició la posibilidad de formar parte del insigne conjunto orquestal.
Este ir y venir (cabe recordar que en 1778 emprendió de nuevo el camino hacia París) colmó la paciencia de Colloredo, y en 1781 las desavenencias propiciaron la definitiva marcha del maestro a Viena. Allí se casó en 1782 con Constance Weber e inició una etapa febril, decisiva para la historia de la música, pues fue entonces cuando consolidó el lenguaje del clasicismo y llevó a mayores extremos los preceptos de su estimado Haydn. Debe considerarse que desde su llegada a la capital hasta su muerte, período en el que no transcurrieron más de diez años, escribió alrededor de trescientas obras, entre las que hay composiciones capitales como los conciertos para piano (sobre todo, los núms. 17, 19, 20, 21, 23, 25, 26 y 27), las sonatas para el mismo instrumento, el Concierto para clarinete, las sinfonías (de las que subrayamos las relacionadas con los núms. 35, 36, 38, 40 y 41), los cuartetos de cuerda (de los que destaca una bellísima serie dedicada a Haydn), el Quinteto para clarinete y diversas óperas, cada una de las cuales habría bastado para granjearle la fama universal: Las bodas de Fígaro, Don Giovanni, Così fan tutte, La clemencia de Tito y La flauta mágica. Su última partitura es de carácter sacro: se trata de una de sus páginas más legendarias, el Réquiem (del que dejó muchas partes inacabadas), que el propio Mozart creyó que escribía para sí, dada su precaria salud, en nada favorecida por los excesos de la vida disipada que llevó y por el denodado esfuerzo que supuso tan sublime y copiosa producción.
La obra de Mozart
Son muchos los aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de valorar la obra de Mozart. Compositor sumamente prolífico, llama la atención en primer lugar la gran variedad de estilos que componen su repertorio. Puede afirmarse que es el único de los grandes maestros de la historia de la música culta que cultivó todos los géneros de su época con el mismo interés. Otro aspecto es la pasión por la composición que le acompañó toda su vida. Fue un compositor tan precoz que traspasó los límites de lo que se entiende por un niño prodigio. El nivel de su producción, además, no decayó a lo largo de su vida (lo más habitual es que los niños tan aventajados pierdan del todo el interés al llegar a la pubertad). La intensidad de su trabajo era además compatible con una personalidad alegre y desenfadada. Sus contemporáneos le describen como un hombre de mundo, apasionado y degustador de los placeres de la vida, consumado bailarín y de amplias relaciones sociales. Así se creó a su alrededor la idea de que el Mozart mundano nada tenía que ver con el Mozart que se sentaba al piano, como si un ser superior se apoderase del hombre distraído y bromista que conocieron sus cercanos.
Si al Mozart mundano no se le prestaba especial atención, su música no despertaba tampoco el suficiente interés. Los músicos contemporáneos, centrados más en satisfacer los gustos del momento (con menos talento, por supuesto) que en desarrollar un nuevo lenguaje musical, fueron alabados y agasajados abiertamente; en Mozart, los momentos de olvido o menosprecio superaron a los de gloria. No sería verdaderamente hasta La flauta mágica, una obra casi póstuma, cuando el gran público comenzó a fijarse en él; con anterioridad sólo había tenido éxito en la alta sociedad. No mucho tiempo después, Mozart se convertiría en el ídolo de los jóvenes románticos, y el reconocimiento a su obra pasaría en poco tiempo a convertirse en el culto que todavía hoy se le profesa.
Para comprender el universo musical de Mozart hay que tener en cuenta, por un lado, la ciudad donde nació. Salzburgo era encrucijada de influencias artísticas, a medio camino entre los grandes centros italianos y alemanes y Viena, la "capital europea de la música" en época de Gluck y Salieri. Y por otro, la sólida formación cultural y musical de su padre, Leopold, que sobre todo le familiarizó con los compositores del sur de Alemania. A ello hay que añadir los viajes que Mozart realizara y que le pusieron en contacto con los grandes maestros del momento, en especial los cercanos al otro gran centro musical del momento, París. Además, Mozart fue un consumado maestro del arte de la imitación, y supo sacar lo mejor de cada maestro (Eberlin, Adlgasser o Haydn entre los germánicos, y Schobert, Eckardt y Honauer entre los del círculo parisino) para utilizarlo luego en su propio provecho. Si a eso sumamos su inmenso talento y su capacidad de trabajo (hasta la propia extenuación), podemos llegar a comprender el inmenso legado que dejó tras su muerte.
Primera etapa: infancia y adolescencia
Mozart escribió más de seiscientas composiciones, entre las que se encuentran cuarenta y seis sinfonías, veinte misas, ciento setenta y ocho sonatas para piano, veintisiete conciertos para piano, seis para violín, veintitrés óperas, otras sesenta composiciones orquestales y otros cientos de obras más. Sus obras fueron recopiladas en 1862 por Ludwig Von Köchel; de ahí la letra "K" seguida de un número que se utiliza siempre para catalogar sus composiciones.
Su abundante producción suele agruparse en tres periodos, el primero de los cuales abarcaría su infancia repleta de viajes y giras de concertista prodigio y finalizaría aproximadamente cuando, en 1771, terminan sus giras y permanece preferentemente en Salzburgo. En sus primeras piezas, simples frases cortas realizadas entre los 5 y los 7 años, no se dejan todavía ver las cualidades del Mozart que vino después, pero dan una idea de la precocidad de su genio. Sus primeras composiciones completas, fundamentalmente sonatas en varios movimientos para piano, dejan ver las influencias de su primer viaje a París, sobre todo la estructura melódica de Johann Christian Bach.
Con apenas nueve años Mozart ya componía sinfonías (llegaría a crear un total de treinta y cuatro), lo que muestra su afán por aparecer ante los ojos del mundo musical de la época no sólo como un intérprete virtuoso, sino como un verdadero compositor. Además de componer obras de géneros más cercanos a él, como serenatas o divertimentos, también se atrevió con formas que empezaban a desarrollarse en esa época, como los cuartetos de cuerda, en los que se puede observar la línea italianizante que también pesa en sus primeras composiciones.
Otro corpus importante de su primera época como compositor es la música religiosa, que se enmarca dentro de la tradición salzburguesa. Así, escribió cinco misas, dos "Regina Coeli", dos letanías y un gran número de obras de menor entidad, además de seis sonatas para la epístola. Sin embargo, la pujante composición italiana del momento hizo también mella en el joven creador, que imprimió a sus obras un lenguaje cercano a la ópera, con líneas melódicas exaltadas y una orquesta que ejerce de mero acompañante, todo ello sin dañar la dignidad armoniosa de sus composiciones.
A ello deben añadirse los primeros intentos en géneros de los que luego se convertirá en maestro, como el singspiel, la ópera bufa o la ópera seria. En este campo deben destacarse Apolo y Jacinto, Bastián y Bastiana y La tonta fingida. Dentro de la ópera seria, pertenecen a esta etapa Mitrídates, Rey del Ponto (1770), Ascanio en Alba (1771), El sueño de Escipión (1772) y Lucio Silla (1772).
El segundo periodo correspondería a la etapa en la que, pese a algunos viajes, permaneció en Salzburgo al servicio de Colloredo, y terminaría con la ruptura definitiva con el arzobispo (1771-1781). En este momento producirá fundamentalmente música religiosa e instrumental. La ópera, género por el que Mozart demostró mucha inclinación, apenas pudo desarrollarse en esta etapa por la falta de encargos. Sin embargo, la obra más destacada de esta etapa sería precisamente una ópera: Idomeneo, rey de Creta (estrenada en 1781). Características propias del universo musical mozartiano, como la introspección armónica y melódica, la riqueza formal, el colorido instrumental y la profundidad en la interpretación del texto estuvieron ya presentes en esta obra, y fueron un adelanto del Mozart maduro de su etapa vienesa. No obstante, la intensidad dramática no es la misma en Idomeneo que en sus grandes óperas posteriores.
En este período compuso innumerables arias para concierto, las cuales alcanzaron una intensa expresión tanto por la amplitud de su concepción como por el carácter apasionado. La música religiosa, por su parte, continúa a medio camino entre el estilo antiguo y el estilo moderno. Esto puede comprobarse en las doce misas de este período, donde Mozart comienza a dar forma musical a los largos textos del "Gloria" o el "Credo", particularmente en la KV 317 y 337.
En cuanto a las obras sinfónicas, Mozart se esforzó en este período en definir el carácter de los diferentes movimientos y equilibrarlos en el conjunto de la obra, como puede comprobarse en las KV 183 y 201, que están cuidadosamente acabadas. La influencia de la música parisina, que está muy presente en las obras sinfónicas de este período, puede comprobarse en la Sinfonía "parisina" KV 297, que es más pomposa.
Donde, sin embargo, el talento de Mozart alcanzó su verdadera dimensión como artista en esta época fue en sus divertimentos y serenatas. Esta música, alejada del boato y la seriedad de las obras religiosas y sinfónicas y de las óperas, y mucho más indiferente y alegre, fue muy del agrado de la sociedad de Salzburgo. Movimientos de carácter sinfónico, danzas populares y otras obras muestran su inventiva y su libertad compositiva. Algo similar ocurrió en el campo del concierto, desde su primer Concierto para piano KV 175, donde se muestra ya la riqueza musical de su arte, hasta las sonatas para piano, que se enmarcan en la misma línea de las obras anteriores, aunque con más amplitud en cuanto a su exigencia técnica. Por otro lado, los cuartetos de cuerda se inspiran en los de Haydn, y se alejan de los primeros cuartetos italianizantes del período anterior.
La madurez vienesa
Este tercer y último período se asocia con su establecimiento definitivo en Viena (1781-1791) y tiene como primera característica un descenso sintomático en la composición de obras religiosas. También se redujeron las serenatas y sinfonías. No obstante, la producción escasa de este tipo de obras no está reñida con un perfeccionamiento y un cuidado exquisito por parte del compositor. Serenatas y sinfonías darán paso a conciertos para piano, donde se registra la música más "mundana" de la producción mozartiana. El valor dado a las óperas y a la música de cámara en este período es mucho mayor, casi excluyente, aunque Mozart también tuvo interés en componer obras de circunstancias, arias, conjuntos y coros, lieder y cánones.
En el clima artístico de la capital el estilo de Mozart llega a su suprema madurez, despojándose de todo localismo: disminuida la producción de música religiosa, de serenatas y entretenimientos, surgen las formas clásicas de la sinfonía, del cuarteto y del concierto. Se establece con Haydn un fecundo y recíproco intercambio de influencias, especialmente en la producción de cuartetas. Un ilustrado melómano vienés, el barón Van Swieten, revela a Mozart la grandeza de Bach y de Haendel, y su arte se fortalece con la solidez del contrapunto. Por lo que se refiere a la música de piano no dejó de ejercer influencia sobre el estilo de Mozart el agridulce torneo de habilidad ejecutiva en el que fue su oponente Muzio Clementi, de paso por la corte de Viena en 1781.
Pero aunque Mozart partiera de las piezas de su amigo Joseph Haydn y del estudio de las obras de Bach y Haendel, si por algo se caracteriza este período es por la apropiación de las fuentes, que son modificadas y moldeadas para acoplarse por completo a los deseos del compositor, creando un lenguaje musical completamente original y único. Del estudio de Haydn parten piezas como los seis cuartetos de cuerda KV 387, 421, 428, 458, 464 y 465. En cuanto a la influencia de Bach y Haendel, se concreta en numerosas fugas y fantasías; la huella de El Mesías, Acis y Galatea o la Oda a Santa Cecilia están presentes en sus dos grandes obras religiosas de este período, la Misa en do menor KV 427 y el Réquiem, ambas inacabadas.
La práctica ausencia de serenatas y divertimentos da una idea del escaso interés de Mozart por la música de simple entretenimiento y el deseo de centrarse en una música de cámara espiritualizada, como puede comprobarse en las serenatas KV 361, 375 y 388, y especialmente en la Pequeña música nocturna KV 525. Por su parte, en las seis últimas sinfonías se aprecia el interés de Mozart por la obra sinfónica de Haydn y su evolución en el trabajo contrapuntístico y temático. Mozart amplía además la sonoridad sinfónica y dota a las últimas de una profunda introspección, llevando este tipo de composición hacia una expresión más profunda que la que tenía hasta entonces. Buenas prueba de ello son la Sinfonía Haffner KV 385, la Sinfonía "Linz" KV 425 y la Sinfonía "Júpiter" KV 551.
Mozart dedicó en este último periodo mucho más tiempo a la composición de conciertos. Compuso en esta etapa diecisiete conciertos para piano. Algunos se hallan en la línea de los anteriores; otros se acercan más a su trabajo para música de cámara (KV 449, 453 y 456), mientras que en otros la brillantez y la frescura son las notas dominantes (KV 450, 451 y 459). La sonoridad está especialmente cuidada en los conciertos KV 482, 488 y 491, alcanzando cotas a las que Mozart no había llegado hasta entonces, sublimes ya en el KV 537, que contrasta con el Concierto "de la coronación" KV 537 y el Concierto en Si Bemol KV 595, donde está más presente la seriedad de la ocasión, que se aprecia en cierta ausencia de contrastes. Además de estos conciertos para piano, Mozart escribió cuatro para corno y un concierto para clarinete.
Mozart fue el primero en hacer de la música de cámara para piano un género independiente. Compuso en esta etapa cinco tríos para violín, piano y violonchelo; el trío "Kegelstatt" para clarinete, viola y piano KV 498; dos cuartetos para violín, viola, violonchelo y piano; y el quinteto para cuatro instrumentos de viento y piano KV 452. La principal característica de estas piezas es el estilo sobrio y cuidado, con una temática simple pero cargada de gran intensidad. En ellas, a pesar de ser el piano el que domina, las cuerdas adquieren una mayor importancia. Algo similar ocurre en el divertimento KV 563, el quinteto con clarinete KV 581 y en los últimos cuatro quintetos de cuerda KV 515, 516, 593 y 614; en todos ellos se conjugan la majestuosidad, la delicadeza y la extrema sobriedad de las últimas composiciones de Mozart, también presentes en las numerosas arias de concierto y los lieder de este período.
Las óperas vienesas
Las óperas del período vienés figuran, sin duda, entre las piezas más célebres de la obra de Mozart; constituyen la culminación de los singspiel alemanes, las óperas bufas y las óperas serias que ya había cultivado en su juventud. Del primero de estos géneros destaca la obra que inició este periodo, El rapto del serrallo (estrenada en 1782), donde la diversidad estilística supera el corsé histórico del género. Es, además, la primera obra en la que Mozart intervino decisivamente en la elaboración del libreto, tomando por tanto un papel decisivo no sólo como músico, sino también como autor dramático. Destacan sus aportaciones en las delicadas melodías en el canto de los enamorados, y en las alegres conversaciones entre criados.
Todo ello alcanzó su plenitud en Las bodas de Fígaro (1785, estrenada en 1786). En parte, la evolución de Mozart como compositor operístico emblematiza el derrotero mismo de su vida personal y estética. En Las bodas de Fígaro (primero de los tres libretos que Da Ponte escribió para él) prevalece el concepto de opera buffa atenido, como señalarían algunos historiadores del arte, a la modalidad del encargo, y sometida a las reglas que el mecenazgo exigía (respeto de las convenciones, sometimiento del genio al oficio). A pesar de que se trataba en un principio de una ópera bufa, la alejan de este género el desarrollo de los caracteres de los personajes, que alcanzan un componente humano impensable en obras anteriores.
Don Giovanni (Don Juan, 1787) introduce, por su parte, otros niveles de dramatización, al sumar a los caracteres humanos otros de índole sobrenatural. Considerada actualmente la más trágica y perfecta de sus obras, fue concebida por Da Ponte y el mismo Mozart como un drama al estilo fijado por Carlo Goldoni para el teatro italiano: un drama «jocoso», donde los enredos y la ligereza de las andanzas del seductor y su criado Leporello están contrapunteados por una partitura llena de oscuros presagios y amenazantes barruntos demoníacos: el retorno de los muertos y las puertas del Infierno que se abren ante el pecador irredento. La expresión musical abarca entonces mayores matices, pues de las bufonadas de Leporello se pasa a la altivez y al desprecio por las leyes de don Juan. El terror de don Juan en sus últimos instantes contrasta con la escalofriante aparición del espectro del Comendador, en una de las escenas de mayor intensidad dramática de la ópera realizada hasta entonces.
Così fan tutte (Así hacen todas, 1789, estrenada en 1790), sin embargo, lleva la trama al puro juego. La armonía en los cantos y en los numerosos conjuntos de personajes que, realmente, sólo son marionetas con una ligera caracterización, alcanzan una resonancia como en ninguna otra obra de Mozart. Puede decirse que es la pieza en la que más se aleja de la realidad para entregarse al puro arte por el arte. A un argumento y una trama enteramente pertenecientes a la tradición buffa impone Mozart una música de tal complejidad (propia de su último estilo o Spätstil) que convierte a la leve historia en el andamiaje de una grandiosa realización estética: tanto los sentimientos como la música están a enorme distancia del ligerísimo libreto, lo cual le permite incorporar tonos irónicos y paródicos, oponiendo acentuados y excelsos momentos de elevada expresión a risas y comentarios entre dientes de los actores y cantantes secundarios. El efecto es sorprendente: en parte, puede ser visto como la manifestación, en Mozart, de una tensión que sólo encontraría su definitiva resolución en Beethoven: la tensión entre el artesano y el genio. Para Beethoven, la música y su argumento provenía enteramente de su interior. Mozart, en cambio, debía equilibrar su propio arrebato a las exigencias históricas de su función al servicio de la corte.
Todo ello contrasta con La clemencia de Tito, obra anacrónica y denostada en la que, sin embargo, pueden encontrarse los elementos propios del Mozart en la madurez de su arte. Quizá el motivo del encargo, la coronación de Leopoldo II, pesara en el compositor a la hora de crearla, y le llevara a poner en escena una ópera mucho más "pesada" y pomposa que las anteriores. Con La flauta mágica (1791) cerró un ciclo vital. En ella, Mozart se centra en una idea masónica de la humanidad hacia la que convergen todos los personajes, por lo que puede decirse que es una obra más preocupada por las ideas que por la caracterización de éstos. La extrema simplicidad tonal de muchos pasajes de la obra le confieren una espiritualidad sin parangón hasta ese momento.